MEDICINA INTEGRAL COMUNITARIA

Absalón Méndez Cegarra EL Poder Público Nacional, con el Ejecutivo y el Legislativo a la cabeza, continúa sin parar en su afán destructor. Pareciera que existe una apuesta, no explicita, entre los distintos Poderes integrantes del Poder Público, para acabar con todo, no dejar piedra sobre piedra. Entre el Ejecutivo Nacional y la Asamblea Nacional existe un correaje perverso orientado a destruir toda la institucionalidad del país. El Presidente ordena y con obediencia ciega la Asamblea y el Poder Judicial cumplen, sin importar si con tal cumplimiento se violenta el ordenamiento jurídico, no hay reparo posible, no existe Estado de Derecho, para el Presidente, el “Estado, es él”, parafraseando a Luis XIV, Rey de Francia. Durante las últimas semanas el tema de discusión ha sido el de la graduación de los “médicos integrales comunitarios” y la reforma de la Ley del Ejercicio de la Medicina. El gobierno ya no encuentra qué hacer para desmantelar lo poco que queda y se ha salvado de la depredación gubernamental. Ha creado una ficción de Sistema Público Nacional de Salud, dejando a un lado y en el más completo abandono la red pública de instituciones de salud creada en Venezuela con la mayor mística y dedicación de los médicos venezolanos; ha atacado hasta la saciedad a los médicos venezolanos y se les ha sometido al desprecio público; agrede diariamente al subsector privado de la medicina, lo amenaza con confiscaciones y expropiaciones, pero, nada hace por mejorar la asistencia pública como alternativa válida de sustitución; ha minado la red paralela de instituciones de salud con personal médico y paramédico extranjero creando situaciones de desventaja para el ejercicio de nuestros profesionales de la salud con un éxito muy relativo; y, para cerrar el ciclo y coronar la labor destructiva triunfalmente, el gobierno procura la división de los médicos, la conflictividad interna y la deslegitimación e ilegalización del gremialismo médico. El programa de “medicina integral comunitaria” y la formación de “médicos integrales comunitarios” (MIC), constituye otra manera de engañar a la población, crear frustraciones y matar sueños y esperanzas. En el mundo de nuestros días es inimaginable una medicina integral (“partes que entran en la composición de un todo”) y, menos, comunitaria. La ciencia médica y la farmacéutica, así como el dominio de la tecnología médico-farmacéutica, ha alcanzado un grado tal de especialización que resulta de naturaleza irreversible. La integralidad en el enfoque médico es exigible en nuestros días por la vía de una visión holística del ser humano y del conjunto de sistemas orgánicos que lo estructuran, así, como por las tendencias científicas del trabajo en equipos multi y transdisciplinarios. Pretender que el médico de hoy, al estilo del mal llamado médico general, del pasado, pueda dar respuesta correcta a todo lo que envuelve y comporta la salud y la pérdida de ésta con ocasión de una enfermedad o accidente, es una tonta ilusión; en la actualidad, no hay, ni es posible tener, un médico integral, si por tal cosa se piensa, seriamente, en lo que significa integralidad en salud o en medicina. Si a esta tesis equivocada se agrega lo comunitario, la situación se torna mucho más compleja y, para el caso venezolano, absolutamente, contradictoria, lo que concede plena razón a las críticas que instituciones como la Academia Nacional de Medicina, la Asociación de Facultades de Medicina, el gremio médico y distinguidas personalidades, entre otros, han hecho a la formación de “médicos integrales comunitarios”, quienes, sin culpa o responsabilidad alguna por parte de ellos, han recibido una formación que se corresponde, mas correctamente, con un “promotor de salud”, con un paramédico, con una suerte de sanitarista, pero de menor nivel del logrado por la prestigiosa escuela del sanitarismo venezolano de mediados del siglo pasado y, tales calificativos, no son, en modo alguno, peyorativos para nadie. Venezuela necesita con urgencia “promotores de salud” que hagan trabajo comunitario para fomentar y promover la salud y prevenir las enfermedades, “promotores de salud” que lleven a cabo la importante labor de la educación sanitaria que tanto éxito logró en el pasado no lejano; pero derivar de una formación de este tipo el que se está capacitado para el ejercicio y cumplimiento de actos médicos de mayor complejidad es una temeridad que la sociedad entera debe rechazar por el bien del nuevo profesional y por el bien general de toda la población y, en esto, juega papel relevante el gremialismo médico. La Ley de Ejercicio de la Medicina y la obligación legal de la colegiación, contrario a lo que el gobierno y muchas personas piensan, no tutela al médico como individualidad o colectivo, tutela a la población, a la sociedad, evitando que el intrusismo profesional cause daños por negligencia, impericia, imprudencia o falta de preparación, a las personas que, con desconocimiento del grado de capacitación profesional, son sujetas de atención por falsos profesionales de la medicina. En algunos países, además de la colegiación, se exige a los médicos la certificación y recertificación periódica para continuar ejerciendo, es decir, una prueba mediante la cual el médico da fe y demuestra que está actualizado en el amplio campo de la ciencia médica: pero, para ello, es menester que el médico lo sea de verdad y se encuentre en condiciones de seguir estudios de postgrado, investigar, asistir a eventos científicos, publicar el resultados de sus investigaciones científicas en prestigiosas revistas internacionales y discutir con sus pares. Los MIC, según parece, no cumplen con este perfil profesional, lo que se traduce en un gran retroceso de la medicina nacional.

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Autores:   Katrina Burgess Localización:   Política exterior ,  ISSN  0213-6856,  Vol. 33, Nº 187, 2019 ,  págs.  102-107 Idioma:   español ...