¿Cómo afrontar la crisis? Recesión, salud mental y seguridad social

Foto: Emma O'Brien Las crisis financieras y económicas afectan negativamente el bienestar mental de los trabajadores y repercuten en los sistemas de seguridad social. Durante las dos últimas décadas, el efecto de las enfermedades mentales ha supuesto una preocupación cada vez mayor para los administradores de los sistemas de protección social, en particular para los responsables de los seguros de invalidez y enfermedad. Algunos estudios recientes señalan que las crisis socioeconómicas y los consecuentes recortes en el gasto social inciden de manera importante en la salud mental, a la vez que destacan las importantes repercusiones de la reciente crisis financiera y económica en la seguridad social. Cuando se desencadenó la crisis financiera en 2007, varios analistas señalaron que esta última no sólo perjudicaría al empleo y a las pensiones, sino que también provocaría un incremento de los costos en salud, sobre todo al aumentar la incidencia de enfermedad mental ( 1, 2). El razonamiento era que la crisis crearía un entorno de mayor estrés que afectaría a la salud mental de los trabajadores. Asimismo, los recortes en la provisión de prestaciones de seguridad social exacerbaría el problema. Los datos publicados recientemente sobre esta cuestión parecen confirmar esta predicción. ¿Qué podemos aprender de las crisis anteriores? Los datos acerca de perturbaciones económicas y financieras anteriores ilustran el efecto negativo que las crisis pueden tener en la salud mental de los trabajadores y de los nuevos desempleados. Un reciente “estudio de estudios” concluyó que las recesiones y las crisis económicas tienen un efecto negativo en la salud mental ( 3). Varios datos anteriores explican la preocupación que los administradores de la seguridad social deben plantearse actualmente por el deterioro de la salud mental debido a la reciente crisis, que se ha convertido en una recesión económica prolongada y agravada por una crisis de la deuda en muchos países. Esta preocupación debería estar acrecentada por el hecho de que, según los análisis realizados por la Oficina Internacional del Trabajo (OIT) ( 4) (que cubren el período 1990-2003), se ha registrado un aumento de la frecuencia y gravedad de las conmociones sistémicas (es decir, crisis financieras y económicas) que parece estar relacionado con una mayor liberalización económica. El informe de la OIT también sostiene que el aumento de las conmociones sistémicas implica una inseguridad sistémica a la que es difícil dar cobertura con los regímenes de seguro social tradicionales. Es probable que el aumento de la inseguridad económica genere más enfermedad mental y, por lo tanto, aumente la necesidad de pagar las consiguientes prestaciones. Las administraciones de la seguridad social serán responsables del pago de estas prestaciones. En resumen, la mayor frecuencia de crisis económicas supondrá una carga adicional para la seguridad social. Recesión y salud mental Un análisis de las crisis indica que un mayor desempleo produce invariablemente efectos negativos en la salud mental. Es un hecho ampliamente reconocido que las personas desempleadas sufren problemas psicológicos con mayor frecuencia que las personas empleadas, de lo que se puede deducir que las crisis incrementan el nivel y el alcance de estas dolencias. Por ejemplo, según un estudio a largo plazo realizado por Paul y Moser ( 5), el promedio de personas con problemas psicológicos entre los desempleados es del 34 por ciento en comparación con el 16 por ciento entre las personas empleadas. Por consiguiente, el desempleo generado por las crisis aumenta de manera significativa la incidencia de problemas de salud mental. En el análisis se señala que cuanto mayor es la duración del período de desempleo, mayores son las consecuencias sobre la salud mental. Además, el deterioro de la salud mental de uno de los miembros de la familia (especialmente si se trata de un perceptor de ingresos) puede tener efectos negativos en cadena, como un aumento del estrés al interior de las familias y una carga potencialmente onerosa en materia de cuidados. Según otros estudios, el efecto negativo del desempleo en la salud mental es también mayor en países con un bajo nivel de desarrollo económico, distribución desigual de los ingresos, o sistemas de protección contra el desempleo deficientes, en comparación con otros países con sistemas más robustos. No es sorprendente que el aumento de la incidencia de los problemas de salud mental justifique el incremento del nivel de suicidios. Si bien los motivos de suicidio son muy personales, las crisis parecen aumentar la incidencia del mismo. Esto no debería ser una sorpresa teniendo en cuenta la relación directa que existe entre el deterioro de las condiciones sociales y el bienestar personal. Por ejemplo, un estudio realizado en 26 países europeos entre 1970 y 2007 mostró que por cada incremento del 1 por ciento del desempleo, se registraba un aumento del 0,79 por ciento en los suicidios a edades inferiores a los 65 años. Se puede suponer que las perturbaciones económicas que causan el aumento del desempleo y los consiguientes efectos sobre la salud mental producirán un aumento de los suicidios. Esta hipótesis ha sido confirmada por datos derivados de la crisis económica asiática, que tuvo un efecto importante en la incidencia de suicidios en esta región ( 6). En comparación con 1997, las tasas de suicidio de los varones en 1998 aumentaron un 39 por ciento en el Japón, un 44 por ciento en Hong Kong y un 45 por ciento en la República de Corea, si bien el aumento en las tasas de suicidio de las mujeres fue menos marcado. Por consiguiente, en esos países la crisis económica asiática coincide con 10.400 suicidios más en 1998 que en 1997 ( 7). Las crisis pueden afectar considerablemente a la salud y a la mortalidad en general. Once estudios basados en datos de la Federación de Rusia, la República de Corea y países europeos, africanos y de América del Sur y Central mostraron que las crisis económicas estaban relacionadas con un aumento de la mortalidad por todas las causas (es decir, enfermedad cardiovascular, infecciones respiratorias, enfermedad hepática crónica, suicidios, homicidios y mortalidad infantil) ( 3). En otro estudio Stuckler et al. indicaron, mediante otro ejemplo notable, que con el hundimiento del sistema soviético en 1991 y el subsiguiente declive económico, se produjo un rápido aumento de las tasas de mortalidad de hasta el 20 por ciento, lo que correspondió aproximadamente a tres millones de muertes adicionales, cifra abrumadora para un período de paz ( 8). El declive económico y el consiguiente desmantelamiento de la protección social estatal que tuvo lugar en los países de la antigua Unión Soviética contribuyó a la disminución de la esperanza de vida de los varones en Rusia de 64 a 58 años ( 9), y se puede razonablemente suponer un efecto significativo en la salud mental. La crisis pone de manifiesto hasta qué punto son profundas las implicaciones de la adversidad económica en la salud mental. El efecto de la reciente crisis financiera y económica Aunque siempre hay un cierto nivel de enfermedad mental en toda sociedad, en los países industrializados entre el 8 y el 26 por ciento de la población sufre algún tipo de enfermedad mental (Italia tiene el índice más bajo y los EE.UU. el mayor) ( 10, 11), parece que la reciente crisis ha acentuado el alcance de esta situación. Según una encuesta realizada en el Reino Unido por la organización benéfica de salud mental MIND, la crisis ha empeorado el bienestar mental de los trabajadores de ese país ( 12). La encuesta Populus realizada por MIND y a la que han respondido 2050 trabajadores, puso de relieve que, debido a la crisis, el 10 por ciento de los trabajadores tuvo que pedir ayuda médica. De manera similar, el 7 por ciento había empezado un tratamiento médico para la depresión, y el 5 por ciento dijo haber tenido que acudir a un terapeuta por causa de estrés y problemas de salud mental directamente relacionados con las repercusiones que la recesión había tenido en su lugar de trabajo. El estudio también reveló un aumento considerable del “presentismo”, situación en que los empleados se sienten obligados a trabajar más horas para poder hacer frente a la carga de trabajo adicional y mantener su empleo. Así, el 28 por ciento declaró jornadas laborales más largas. Un tercio de los trabajadores también indicó que el entorno laboral era cada vez más competitivo y que la moral en el trabajo había decaído significativamente. Según MIND, los resultados de la encuesta coinciden también con las estadísticas del Gobierno del Reino Unido, que muestran un aumento sin precedentes del número de prescripciones de antidepresivos en todo el país, con una cifra récord de 39,1 millones en 2009, cuando ésta fue de 35,9 millones en 2008. La encuesta de MIND facilita datos acerca de la relación entre la crisis, los problemas médicos y la invalidez, y sugiere un costo potencial para el sistema de salud. Un estudio publicado en el marco del Informe sobre el trabajo en el mundo 2010 elaborado por el Instituto Internacional de Estudios Laborales sugiere que la crisis ha provocado un descenso sin precedentes de la satisfacción con la vida ( 13). En términos concretos, esto se traduce en un mayor pesimismo sobre la calidad de vida, menor confianza en la capacidad de los gobiernos para modelar un futuro más prometedor y justo, y mayor descontento social entre otras cosas. Según el informe, el empeoramiento del clima social se debe al aumento del desempleo y de las desigualdades en los ingresos que la crisis ha traído consigo. El informe establece una relación clara entre la crisis, las condiciones del mercado de trabajo y la salud mental, y señala que “cuanto más dure la recesión en el mercado de trabajo, mayores serán las dificultades para que los que buscan empleo lo encuentren”. En los 35 países sobre los que se dispone de datos, cerca del 40 por ciento de los que buscan empleo han estado sin trabajo durante más de un año y, por lo tanto, corren el riesgo de desmoralizarse, perder la autoestima y sufrir problemas de salud mental ( 14). Actualmente, la crisis continúa produciendo efectos negativos en la salud mental en muchos países industrializados (véase recuadro 1). Estos países siguen sufriendo dificultades debido al crecimiento anémico y a los problemas derivados de la necesidad de reducir la deuda nacional y el déficit. Recuadro 1. El efecto de la crisis en Grecia Grecia ha sido el país más gravemente afectado por las repercusiones de la crisis financiera. Como resultado de ello, ha sufrido una importante inestabilidad política y social. Sus problemas de deuda han dejado al país al borde de la quiebra. Entre 2007 y 2010, su deuda aumentó del 105,4 al 142,8 por ciento del PIB (de € 239,4 mil millones a € 328,6 mil millones), significativamente más que cualquier otro país de la Unión Europea ( 15). Con el fin de frenar y reducir el crecimiento de su deuda, emprendió un riguroso ajuste fiscal que ha implicado grandes recortes en el gasto social (por ejemplo, mediante una reducción de las asignaciones y los salarios de los funcionarios públicos y los pensionistas). En 2009, este ajuste fiscal ascendió a € 30 mil millones (equivalente al 13 por ciento del PIB) ( 13) y se prevé que el presupuesto para 2012 contendrá recortes en el gasto y aumentos de impuestos por una suma equivalente a € 6,5 mil millones ( 16). En consecuencia, Grecia se ha visto confrontada a importantes problemas de salud mental así como en el ámbito social: •Aumento de suicidios: Antes de la crisis, Grecia tenía una de las tasas de suicidio más bajas de Europa. Algunos psiquiatras han dicho que la crisis económica ha disparado al alza entre un 25 y un 30 por ciento el número de consultas ( 17). Los suicidios se elevaron un 17 por ciento en 2009 con respecto a 2007, y la cifra no oficial citada en el parlamento menciona un aumento del 25 por ciento en comparación con 2009. El Ministro de Salud griego informó que hubo un aumento del 40 por ciento en el primer semestre de 2011 en comparación con el primer semestre de 2010. El servicio telefónico nacional de asistencia a suicidas potenciales informó que el 25 por ciento de los comunicantes afrontaba dificultades financieras en 2011 ( 15). Según la información divulgada por los medios de comunicación, la incapacidad para amortizar altos niveles de deuda personal puede ser un factor decisivo en el aumento de los suicidios ( 17, 18). •Menor acceso a los servicios de salud: De acuerdo con los datos analizados en un estudio realizado por Kentikelenis et al., la crisis ha sido testigo de un aumento significativo del número de personas que informan que no han acudido a un médico o a un odontólogo a pesar de que consideran que era necesario. Las causas principales por las que no solicitan atención médica no parecen estar relacionadas significativamente con la imposibilidad de sufragar los gastos médicos, sino con factores relativos a la prestación de servicios, por ejemplo, tiempos de espera excesivos, pese a que la utilización del sistema de asistencia sanitaria de Grecia es gratuita. El estudio concluyó que el menor acceso a la asistencia sanitaria refleja probablemente problemas relativos a la prestación de servicios: se ha recortado aproximadamente el 40 por ciento de los presupuestos hospitalarios, falta personal, se informa de carencias ocasionales de material médico y de que se soborna al personal médico para saltarse las listas de espera en los hospitales excesivamente saturados ( 15). Todos estos factores han actuado como elementos disuasorios en la utilización del servicio. •Reducción de las medidas preventivas: A finales de 2010, Grecia experimentó un aumento significativo de las infecciones por el virus de inmunodeficiencia humana (VIH). Los últimos datos sugieren que las nuevas infecciones aumentarán en un 52 por ciento en comparación con 2010 (922 nuevos casos en comparación con los 605 de 2010), siendo atribuible la mitad de los aumentos observados actualmente a infecciones entre drogadictos por vía intravenosa. Según se informó, la prevalencia del uso de la heroína aumentó un 20 por ciento en 2009. Los recortes presupuestarios de 2009 y 2010 han propiciado la pérdida de un tercio de los programas de trabajo social de calle en el país. Asimismo, muchas nuevas infecciones de VIH están relacionadas con un incremento de la prostitución (y de las relaciones sexuales sin protección) ( 15). Es posible que el aumento de estos fenómenos pueda explicarse por el ahondamiento del descontento social y por la disminución de oportunidades para acceder a un trabajo formal. No obstante, este ejemplo subraya la importancia de la prevención cuando se trata de reducir los riesgos sociales y que una merma de la inversión en prevención suele tener con frecuencia consecuencias sociales negativas. Se prevén mayores reducciones en el acceso y en el nivel de las prestaciones en cuanto se tomen medidas de austeridad más estrictas. Es probable que sea necesario añadir esto a las dificultades que ya afrontan los griegos para mantener una buena salud física y mental. La experiencia griega recalca la necesidad de que los gobiernos examinen con sumo cuidado el ritmo, las complicaciones y la naturaleza de los recortes que pretenden imponer. Mitigar el efecto de las conmociones sistémicas en la salud mental mediante la protección social Los estudios realizados sobre el efecto de las crisis muestran claramente que donde existe protección social el efecto de las crisis en la salud mental se ve considerablemente disminuido ( 4). Por ejemplo, un estudio en el que participaron países de la UE puso de manifiesto que por cada 10 dólares estadounidenses invertidos por persona en programas activos en el mercado de trabajo se reducía el efecto del desempleo en los suicidios en un 0,038 por ciento ( 5). Otro estudio que englobaba 27 países de la OCDE, realizado de 1980 a 2003, mostró que la protección social puede ser un factor decisivo en la prevención del suicidio mediante la protección de la salud mental, especialmente en el caso de países que están viviendo una crisis social o una transición considerable y a menudo complicada ( 19). Es importante la conclusión del macro estudio de estudios antes mencionado: los programas activos en el mercado de trabajo que mantienen y reintegran a los trabajadores en el empleo mitigan algunos de los efectos adversos de las recesiones económicas en la salud ( 4). La Organización Mundial de la Salud ha advertido que las repercusiones de la crisis podrían ser especialmente importantes ( 20) en los países de ingresos bajos y medios en los que la cobertura de seguridad social y de salud es limitada. En estos países, la seguridad social puede desempeñar un papel importante en la intervención social preventiva. Según otra fuente de la OMS ( 21), actualmente casi el 70 por ciento del gasto en salud mental va a las instituciones. Si los países gastasen más en el nivel de atención primaria, serían capaces de llegar a más personas, y así comenzarían a tratar los problemas con suficiente antelación, reduciendo por ende la necesidad de una asistencia hospitalaria costosa (véase más adelante). Esto subraya una vez más la importancia de hacer hincapié en el enfoque que plantea la AISS: un enfoque preventivo. Todo lo expuesto anteriormente muestra el importante papel que puede desempeñar la seguridad social como mecanismo de respuesta para aliviar el perjudicial efecto psicológico de las conmociones económicas y financieras, y pone de relieve una vez más su inestimable función social. También demuestra que las medidas proactivas pueden ser muy eficaces si se toman antes de los efectos adversos de las crisis (incluidas las medidas preventivas). La importancia para los regímenes de seguridad social Teniendo en cuenta las predicciones que apuntan a que los problemas relativos al mercado de trabajo y al elevado desempleo durarán cinco años ( 13) más de lo que auguraban las predicciones iniciales ( 22), es de esperar que persista cierta ansiedad en lo relativo a los ingresos y la seguridad laboral. Lo más probable es que los problemas de salud mental constituyan un problema de salud pública cada vez más serio para los gobiernos y los empleadores. Es probable que se haya observado un efecto sobre la salud mental en todos los países afectados por la crisis. Es un problema no sólo porque disminuye el bienestar humano, sino también porque tendrá repercusiones en los resultados económicos y en el funcionamiento de la seguridad social. Conllevará una menor productividad, y para la seguridad social significa un cierto grado de disminución de los ingresos contributivos y de aumento de los gastos. Por ejemplo, el costo financiero de la enfermedad mental es considerable, ya que contribuye a la pérdida de productividad, puesto que es menos probable que las personas con enfermedades mentales sean contratadas o permanezcan contratadas. Es más, esto entraña costos para la sociedad cuando se hace necesario otorgar prestaciones por incapacidad y desempleo. Según un psicólogo del Kings College de Londres, se estima que estos costos ascienden a unos 19 mil millones de dólares estadounidenses anuales, lo que equivale a alrededor del 1 por ciento del producto nacional bruto del Reino Unido ( 23). Durante los últimos 10 a 15 años la enfermedad mental ya ha llegado a ser la causa de un gran número de nuevos casos de beneficiarios de prestaciones por invalidez en muchos países industrializados. Por ejemplo, en Suiza, las cifras de 2009 muestran que las prestaciones relacionadas con la salud mental supusieron el 42 por ciento de todas las nuevas prestaciones por invalidez desembolsadas ese año ( 24). Por otra parte, los beneficiarios de las prestaciones por invalidez a menudo son los más difíciles de reintegrar completamente en el empleo. Además, es probable que haya que sufragar el gasto de más prestaciones por enfermedad (como efecto inicial) y gastos médicos (medicamentos y tratamiento psiquiátrico). Esta necesidad de aumentar los recursos entra en conflicto con las restricciones financieras que se les plantean a muchos gobiernos que tienen que afrontar presiones para dar prioridad a la reducción de sus déficits y deudas. El recorte del gasto social ofrece una opción obvia para conseguirlo, pero este enfoque amenaza con socavar los compromisos de mantener el bienestar social. La reducción de las prestaciones, a la vez que aumentan las demandas de servicios sociales, conlleva el riesgo de exacerbar la amplitud de los problemas de salud mental en la población. Conclusión Los estudios y experiencias que se presentan en este artículo deberían dar un nuevo impulso a las administraciones de seguridad social, empleadores y otras partes interesadas para reflexionar sobre la mejor forma de limitar los efectos de la reciente crisis en la salud mental, pero para ello es necesario adoptar un enfoque holístico que implique las partes interesadas. Para los empleadores, esto implica mejores prácticas en el lugar de trabajo a fin de proteger a su personal y velar por que tanto los trabajadores como la empresa puedan hacer frente a la crisis y a futuras crisis, procurando que las condiciones de trabajo sean lo más estable posible. Hay una creciente necesidad de promover enfoques preventivos en todas las ramas de la seguridad social. Esto implica anticipar los riesgos que puedan plantearse y ayudar a las personas y las familias a adaptarse de la mejor manera posible a las dificultades. Las personas que trabajan en el ámbito de la seguridad y la salud en el trabajo deberían elaborar también medidas preventivas como una piedra angular de su enfoque. La seguridad social puede desempeñar un papel importante para reducir las desigualdades y la pobreza, prestando seguros en época de crisis y, por consiguiente, ayudando a limitar la enfermedad mental. Es una versión actualizada de un artículo publicado por vez primera en diciembre de 2010.

La migración y sus riesgos en América

Autores:   Katrina Burgess Localización:   Política exterior ,  ISSN  0213-6856,  Vol. 33, Nº 187, 2019 ,  págs.  102-107 Idioma:   español ...